Camino por la ciudad con rumbo desconocido, sin buscar nada ni a nadie. Mi única acompañante es la sombra que se proyecta en las paredes de los edificios a las seis y media de la tarde a causa de un sol que empieza su letargo para dar paso a la luz artificial.
¿Las calles? Todas antes transitadas, pero aún así desconocidas; enigmas compuestos por rostros sin sentido y caminos olvidados.
Mi andar es lento y somnoliente, casi imperceptible, al punto de preguntarme si alguien se dará cuenta que estoy ahí si no estorbo su paso o sus pensamientos.
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