Lo siento bajo la piel, quemando mi alma, chamuscando mi espíritu hasta volverlo cenizas. Provoca que el cuerpo duela e incrusta duda en mi corazón. Es el enemigo que he evitado enfrentar desde que tengo conciencia, auqnue sea imposible ignorar su acoso constante. Lo veo ahí, sereno, quedo, postrado en una imagen que pocas veces reconozco. Sin embargo, debo aceptar que estará conmigo hasta que mi cuerpo se hinche y yazca pútrido, soterrado, sumergido en un paraiso ilusorio construido con palabras. Pero su reflejo no dejará de atormentarme jamaz.
Siempre lo he dicho, a nuestro peor enemigo no hay que buscarlo en libros antigüos. Basta verse al espejo para descubrir que no debemos temerle a demonios de cuentos, sino a los que habitan en nuestro interior. Aquellos que conocen todos nuestros secretos, debilidades, manias, deseos y filias. Mounstros traicioneros que nos empujan al abismo cuando permanecemos estáticos en el borde; esos que concentran toda su energía para hacernos tropezar constantemente hasta quedar postrados patéticamente en las sombras más profundas.
Seres inmortales, envenenando un suspiro efímero por cada bocanada de aire, hasta que seamos poco menos que un puñado de polvo apilado sobre un saco de huesos amarillentos y desgastados.
Esos son los entes infernales que debemos enfrentar sin vacilar, hasta obtener una victoria en donde no quepa duda alguna ni resentimientos en el rincón más oculto de nuestro ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario